"Irrecuperable", sentenció apesadumbrado el conservador del museo.
Cuando fue interrogada, la pobre limpiadora explicó que no sabía que aquello era arte y que pensó que eran unos tablones puestos allí para arreglar una gotera. El episodio recuerda la también limpieza de la famosa Mancha de grasa de Joseph Beuys en la Academia de las Artes de Düsseldorf, que quedó reducida a la nada. Y así, por arte de cepillazo limpiador, las dos obras perdieron su sentido inicial y pasaron a formar parte del anecdotario del arte. En el caso de Kippenberger la cosa tiene su gracia porque probablemente este gran provocador consideraría que la anécdota forma parte de la propia obra, y es posible que incluyera el cepillo de la mujer de la limpieza en el conjunto de tablones. No olvidemos que fue el artista que levantó las iras del Vaticano cuando presentó, en el Museo de Arte de Bolzano, a una rana crucificada. Kippenberger alegó que se trataba de una alegoría de la "angustia humana", pero la rana y las explicaciones del artista no convencieron al Vaticano, que incluso llegó a despedir a la directora del Museo. Y si una rana representa a la angustia humana, el cepillo de la limpiadora de Dortmund debe representar a la humanidad entera. Esperemos que por ello, pues, la mujer no pierda el trabajo, porque al fin y al cabo ha demostrado un celo digno de admiración. Y además, ¡qué puñetas!, no se trata de un cepillo contra el arte, sino de un cepillo que quizás ha dado sentido a un arte con poco sentido. Porque, seamos sinceros, a algunas obras de arte sobrecargadas de tonterías posmodernas y de auténticas alucinaciones mentales, les iría bien un buen cepillo y una limpiadora como esta.

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