des d'una perspectiva històrica i transversal estudiem, analitzem i relacionem els fenòmens de l’ art, el disseny,
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diumenge, 4 de desembre del 2011

¡A LIMPIAR, A LIMPIAR! (Joana C. Rosa)


Martin Kippenberger fue un artista plástico alemán, prolífico y divertido, que murió en 1997, a los 44 años. Ya reconocido por la crítica de arte, tocó en un grupo punk, invirtió dinero en un restaurante de Los Ángeles, compró una gasolinera en Bahía y se negó siempre a ser encasillado en una tendencia artística concreta. Hizo cuadros, esculturas, fotografías, instalaciones, dibujos, collages... A veces está cerca de lo conceptual, pero en otra obra es paródico y, en la siguiente, pura abstracción. Convencido de la imposibilidad de crear nada original a estas alturas, en una ocasión contrató a un pintor comercial para que le pintase cuadros que luego él firmaba. Parodió obras de Picasso y de Géricault, en las que aparecía él mismo, posando como Jacqueline Picasso o como los personajes de La balsa de la medusa. Es el pintor de carne y hueso que más se parece al Humbert que, en 1982, imaginé como protagonista de la novela Gasolina. 
El caso es que una de sus obras está en Dortmund, en el Museo Ostwall. Se trata de la pieza 'Cuando el techo empieza a gotear', que consiste en un armatoste de piezas de madera en cuya base hay una gaveta de goma con restos de yeso. Hace unos días, al ver esos restos, la encargada de la limpieza se esmeró y los eliminó por completo. Satisfecha de su eficiencia, no debió de entender la cara de terror de los directores del museo cuando vieron lo que había hecho. 
No es la primera vez que sucede algo así. A mediados de los ochenta, en la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, una señora de la limpieza igualmente esmerada hizo desaparecer lo que ella creyó una simple mancha de grasa (en realidad una obra de Joseph Beuys valorada en 400.000 euros). Y hace diez años, en una galería de Londres, el encargado de la limpieza tiró a la basura la obra central de una exposición de Damien Hirst, el reputado artista británico, que consistía en una instalación a base de botellas de cerveza vacías, tazas de café medio llenas, ceniceros con colillas, pinceles usados, envoltorios de caramelos, páginas de diarios...; todo ahí, en el suelo. Cuando le preguntaron cómo se le había ocurrido tirar todo eso, el de la limpieza explicó: “Estaba todo patas arriba. A mí no me pareció para nada que fuese arte. De forma que lo barrí, lo metí en bolsas de basura y las tiré”.
Conociendo a Kippenberger, es fácil imaginar que la noticia de estos días le hubiese encantado, y que incluso hubiese entrado en contacto con la señora de la limpieza para que participase en otras creaciones artísticas suyas. Pero los directores de museos no acostumbran a ser tan comprensivos. Esa misma obra de Kippenberger está valorada en 800.000 euros y con eso no juegan. Visto lo visto, está claro que las tareas de limpieza en galerías y museos deberían hacerlas sus dueños o directores, que nunca se equivocarían. Pero como no les veo yo mucha ansia por arremangarse y coger el mocho, la solución será que, para limpiar y fregar sin meter la pata, contraten a licenciados en Bellas Artes, preferiblemente con algún máster en plástica contemporánea.

Quim Monzó (La Vanguardia, MAGAZINE 4 desembre 2011)

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